Rezongón el cavernario

 

Cuando desperté, el Pejesaurio todavía estaba allí. Después de veinte años salí de la cueva. Quedé admirado por ver que los Prinosaurios no se habían extinguido. Sólo estaban más viejos y tenían un color guinda. Me froté fuerte los ojos para asegurarme que no era un mal sueño; pues los Prinosaurios de los famosos tres colores eran enormes camaleones que habían aprendido a adaptarse pintando su piel vejestoria de color guinda. “¡Rezongón, ven pa cá! -me gritó un cavernario-. ¡Qué milagro! Andamos recordando el discurso de ayer del gran Pejesaurio.” No entendía esta nueva fascinación por el gran camaleón y de tanto pensarlo quedé ensimismado entre la fanaticada que hablaba fervorosamente como si fuera un juego de futbol.   

            Antes de mi sueño profundo en aquella cueva recuerdo que dije:

            -Ojalá, algún día acabe este horrible poder de muchos años. Los Prinosaurios engullen sin clemencia a los cavernarios. Los que quedan vivos están obligados a cazar para ellos. Aquellos ideales de libertad no los veo. Me iré a dormir un rato.

El olvido pesa más que la memoria. Cada día comencé a llenarme de miedos, a pensar sobre el futuro de la democracia. Y poco a poco me fui enterando que la mayoría de mis antiguos amigos estaban envueltos en los ideales del Pejesaurio. A todos lados iban con sus garrotes pintados de guinda pregonando que los viejos dinosaurios se habían hecho vegetarianos. A todo aquel que estaba en desacuerdo le propinaban un buen garrotazo.

            Eran tiempos difíciles, casi todos creían que el cambio había llegado, envenenando sus ideas de esperanzas vegetarianas.

            Un día caminaba y cantaba: “Detrás de los tecorrales, con su gente bien armada, peleaba contra Carranza defendiendo el Plan de Ayala”. Y me encontré en el camino a Bonachón el cavernario.

            -¿Cómo dice usted Bonachón que llegan a creer todas las palabras del Pejesaurio?

            -Rezongón, no creemos, estamos seguros de que la situación cambió.

            -¿Y dónde queda la libertad de pensamiento para contener las ambiciones de estos dinosaurios que presumen de vegetarianos?

            -Rezongón, el gran Pejesaurio ha puesto más comida en las mesas de los cavernarios y más morlacos en sus manos. Todos están felices.

            -¿Y cuando algo presume de ser tan utópico no cabe la duda Bonachón de que están utilizando ideas supuestamente vegetarianas para su propio beneficio?

            -Los tiempos han cambiado Rezongón.

Yo trataba de ver aquel cambio a través de unos lentes diferentes; mi nostalgia me lo impedía. Por más que esos dinosaurios quieran hacernos creer que somos iguales a ellos, me resulta en una gran mentira. Siempre viví suspirando por un mejor Priásico, por la llegada de  libertades para los desfavorecidos. Ahora, ya desperté para seguir en la misma pesadilla, pero pintada de guinda. Traigo la idea que no importa si son carnívoros o vegetarianos, nunca dejarán de ser esos enormes dinosaurios de filosos colmillos. No puedo confiar en estos colmilludos. Me pongo a cantar otra vez: “Tal constancia a todos pasma, de la noche en las negruras, se ve vagar su fantasma por los montes y llanuras”. Y ese recuerdo sigue vivo en mí, tal vez la luz es débil como una vela soportando una tarde airosa en una mesa. Mi Mexicolítico querido, creyendo en el mismo dinosaurio pero revolcado.

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