Cinco letras

 

Yo era un joven lleno de jovialidad arriba de una silla de ruedas que rondaba los veinte años, por dentro me consumía el deseo por las mujeres y la esperanza por encontrar a alguien para experimentar. No seamos hipócritas, a esa edad uno quiere más gozar que amar eternamente. En ese momento, andaba asistiendo a la universidad, no me gustaba ponerme limitaciones y con las mujeres no era nada tímido. En una de esas constantes pláticas que tenía con mujeres conocí a Sofía. No había conocido a una mujer como ella tan inteligente, con tantas sonrisas en su rostro y unos hermosos senos. Me atraía demasiado, no tenía la apariencia de una diosa, pero yo no dejaba de imaginar aquellos senos en mis momentos más solitarios y lascivos. Imaginando esos ojos grandes y cautos, esos labios gruesos, ese cabello tan delgado reposando en sus hombros. Para mí era una de las mujeres más atractivas que conocía y llenaba mis imaginaciones más carnales.

A pesar de que mi deseo era tan grande, Sofía no pensaba como yo, era más reservada en asuntos lascivos, las caricias no eran de su agrado y gustaba mucho de guardar cierta distancia de la gente. No era muy fácil acceder a ella, rechazaba constantemente invitaciones de atractivos jóvenes, no asistía a citas ni andaba buscando una aventura desesperadamente. Sólo permitía el uso de la imaginación, pues su vestir era muy discreto, no le gustaba provocar, esas acciones no le interesaban, pero el efecto de esas actitudes era más provocador para mí. Disculpen, pero era un joven tomado por esa fuerza incontrolable de mi cuerpo.

Yo respetaba esos límites impuestos por Sofía para disfrutar de charlas que casi siempre se tornaban interesantes, tenía ese ardor por dentro pero también el miedo de perder la oportunidad de estar a su lado. Me esforzaba inmensamente para que ella no notara ese deseo que escapaba de mis ojos y mis poros.

̶   Sofía, necesito arriesgarme a decirte algo, no quiero que te ofendas, pero ya no puedo seguir con este sentimiento. Eres una mujer muy atractiva para mí. Hace tiempo que te conozco y no puedo dejar de pensar en ti. No quiero que pienses que soy como todos esos sementales que se acercan a ti y siempre los evitas. No puedo decir que te amo, ni que estoy perdidamente enamorado. ¿Has notado cómo te miro cuando estamos solos? No soy como esos morbosos: hablando tiernamente cuando te quieren abordar y cuando están entre ellos sólo hablan de vivir una aventura pasajera contigo. Tal vez, no soy tan diferente a ellos, los hombres siempre somos tan predecibles y carnales. ¿Quieres ser mi novia Sofía? Hace tiempo que quería decirte todo esto, me gustas demasiado.

Así empezó todo, con estas palabras tan tontas de mi boca, pero empezamos a ser novios. Nuestra relación camino lentamente, a pesar de que ya nos conocíamos desde hace tiempo, poco a poco nos fuimos uniendo demasiado y sin darnos cuenta casi todo el tiempo estábamos juntos. Ante esto, llego el momento tan esperado por mí.

Un día, nuestros cuerpos cedieron y esos momentos son tan sorpresivos, te consumen en el lugar menos esperado. Después de tener una buena cena con una interesante charla, casi llegamos al cruce de una calle cuando Sofía acercó su silla a mí y comenzamos a besarnos apasionadamente, nos dejamos llevar por nuestros impulsos y nos olvidamos de la gente que nos rodeaba. Aceptó mis caricias en su piel y se detenía por momentos para mirarme a los ojos y sonreír, y después seguir besándonos. Ese ardor es incontenible algunas veces y no es merecedor de las calles de esta ciudad ni de los ojos morbosos de la gente. Después de unos minutos nos percatamos de eso y nos incomodamos un poco.

̶ ¿Qué te parece si vamos a un hotel? – le dije inseguro- Ahí podremos sentirnos a gusto y tendremos el tiempo necesario para estar juntos. Me atrevo a decírtelo porque te deseo mucho Sofía.

̶   Me parece bien – respondió Sofía-. Pero, no sé de ningún hotel accesible para nosotros. Me voy a sentir incómoda que alguien nos lleve hasta nuestra habitación. Lo más probable es que nos rechacen la entrada.

Sofía y yo vivíamos con nuestros padres, no teníamos privacidad en nuestros dormitorios y ella no aceptaría dicha propuesta porque se sentiría muy avergonzada. ¿Por qué la sociedad no piensa que nosotros también queremos coger?

Si no fuera por los límites que nos imponen muchas veces, aquella cena seguida de besos apasionados hubiera terminado en una gran noche de pasión lejos de las ruidosas calles de la Ciudad de México, sólo ella y yo en una cama disfrutando nuestros cuerpos. Se me vinieron a mi mente todos los escenarios posibles para encontrar un hotel para nosotros, pero no recordaba ninguno que fuera adecuado para esta ocasión especial. En mis recorridos por la ciudad había pasado afuera de algunos cuantos hoteles, me imaginaba entrando con una mujer para hacer lo que todo joven desea hacer a esa edad. Poco a poco, observé que nuestra pasión se fue apagando por esta situación tan bochornosa, nuestros cuerpos estaban ardiendo pero nuestra cabeza cada vez estaba más fría, además la hora no era una aliada y se me hacía un poco arriesgado aventurarme en buscar junto a Sofía un hotel en Tlalpan o hasta en el Centro Histórico. Desgraciadamente, aquella noche se habían cumplido los ideales de esa sociedad que nos mantenían al margen del deseo sexual; ocurría, además, que Sofía ya se notaba incómoda por la situación, nunca había hablado de esta problemática con nadie y no fui capaz de prevenir esta situación en todo este tiempo. Y son estas grotescas reglas que terminan por congelar las pasiones de los jóvenes que vivimos con otras condiciones.

Dándose cuenta de mi nerviosismo, aunque un poco indecisa, Sofía me ofreció una propuesta, al parecer ella estaba más preparada que yo en estos asuntos. Ella recordó que su tía vivía cerca del lugar, un sábado por la tarde era un escenario para tener una casa sola de una tía soltera que todavía disfrutaba de las fiestas, a pesar de toda nuestra preocupación, Sofía tenía la confianza de pedirle el favor a su tía para pasar la noche en su casa. Su propuesta me tranquilizó y me emocionó, también me di cuenta que ella deseaba pasar esa noche conmigo.

̶   Primero, debo hablarle a mi tía -dijo tranquilamente Sofía-. Para ver si tenemos la oportunidad de quedarnos esta noche en su casa, yo también quiero hacer esto contigo, pero no te aseguro nada. Mi tía me da confianza y su casa siempre está abierta para mí.

Me quedé impactado con la actitud de Sofía, tomando decisiones tranquilamente sin dejar de lado su deseo sexual, sin dudar acepté la propuesta y fui detrás de ella. La hermosa Sofía terminó por ser la coordinadora de este especial momento y terminé por sentirme muy afortunado.

̶   Mira -comenzó a decirme Sofía-. No sé sobre esto de tener sexo, no tengo la costumbre de aceptar los engaños de muchos hombres, así que voy a ser clara contigo y decirte la razón de mi decisión. Te conozco hace mucho tiempo, me das confianza para vivir esta nueva experiencia contigo. Soy una mujer que está cansada de escuchar a las otras mujeres cómo disfrutan su sexualidad, a nosotros sólo nos reservan la continencia, para ellos sólo somos inocentes personas sin deseos sexuales. La semana pasada estaba  viendo una película con escenas muy eróticas y sentí la extraña sensación en mi piel que no había sentido nunca. Quiero iniciar a conocer mi cuerpo, me siento con el derecho de hacerlo, quiero ser honesta contigo porque no sé cómo voy a reaccionar; no sé si tú vayas a tener una erección, no sé hasta dónde pueda lograr mi cerebro sentir satisfacción y eso lo podemos comprobar esta misma noche. Así que quiero que estés preparado y también disfrutes este momento conmigo.

Sofía comenzó a moverse en dirección a la casa de su tía. Jamás ninguna mujer me había hecho sentir tan seguro y emocionado al mismo tiempo. Pero, cuanto más avanzábamos en nuestro camino iba pensando en las palabras de Sofía. Ella tenía razón, había llegado la hora de sentir sensaciones que eran desconocidas para nuestras mentes. La silla debe estar en el culo, no debe estar en nuestra mente.

Llegamos a la casa de la tía de Sofía como a las ocho de la noche y teníamos toda la noche para disfrutar. Su tía Valentina iba de salida, ni siquiera nos cuestionó, se fue muy pronto y nos dijo que nos sintiéramos cómodos. El momento llegó, nos miramos fijamente y nos acercamos. La atmósfera empezó a cambiar con cada beso en un dormitorio iluminado con una pequeña lámpara que parecía envolver el espacio en algo romántico.

̶   Me siento muy feliz -le dije a Sofía, quitándome la playera rápidamente-. Acércate a mí quiero disfrutar cada caricia que te daré. Quiero que sientas el calor de mis manos en cada centímetro de tu piel. Se siente genial esto, logro sentir una erección bajo mi pantalón.

Más de una hora duró el momento de conocer nuestros cuerpos, hasta que Sofía tomó fuertemente mi pene y lentamente fue acariciándolo. Ni Afrodita hubiera logrado que me sintiera así.

̶   ¿Qué tal se siente? -preguntó Sofía con una voz sensual.

̶   ¿Qué siento? No podré explicarlo totalmente con palabras pero siento que voy a explotar por dentro. No había sentido esta sensación, ni siquiera en mis masturbaciones mejor logradas. Aparte de oler tu perfume y escuchar tu voz, cuento con esos recuerdos de ti desde que te conocí. Mira, mira preciosa, mis mejillas. No hay mejor experiencia en el mundo.

Sofía se acercó más a mis piernas, sus ojos expresaban cierta curiosidad, pidió sensualmente si podía acercar más su boca a mi prepucio. Y empezó a hacer magia con su lengua. Constantemente se detenía y me veía a los ojos para preguntarme si me parecía bien lo que hacía. ¡Carajo! ¡Era lo mejor que había sentido en años! Ella, la tierna Sofía terminó por ser una diosa del sexo, ahí, en una humilde casa. No conseguimos un cinco letras, pero aquí sonaban en cada rincón del dormitorio cuatro letras: casa, cama, sexo, amor…

 ̶ ¡Sofía! -grité lleno de energía, no logré aguantar más, nunca había eyaculado tanto.

En una apariencia tan indescriptible, Sofía levantaba su pequeña cabeza con esos delgados cabellos; sonreía, me aseguró que sintió una satisfacción diferente. Me dijo que había pasado años sin sentir algo tan genuino, desde hace años sentía su cuerpo ajeno a todo lo que le rodeaba.

̶   ¡Ahora intenta penetrarme! -dijo sin dudarlo Sofía, mientras se acomodaba en la cama-. Dime cómo me acomodo, necesitas lubricar un poco allá abajo y vemos qué pasa. Aunque me siento completa en este momento: quiero que lo hagas al principio despacio y tiernamente.

Después de esas palabras desperté, nunca había pasado aquella gran experiencia; me quedé en la cama pensando en Sofía, estaba decidido a llegar ese día a declararle mi amor. No tenía nada que perder, ya había perdido mis dos piernas, no iba a permitir que pasará más tiempo. No me sentí desafortunado, ni decaído, estaba lleno de valor y así comenzó una relación con Sofía que duró un largo tiempo con mucho sexo y mucho amor.

Entradas populares de este blog

El magnífico señor incoloro

El largo recorrido de un viajero en un pequeño espacio.